Libro: La maternidad y el encuentro con la propia sombra

Libro: La maternidad y el encuentro con la propia sombra

Escrito por: Sacra    22 septiembre 2015     2 minutos

A menudo cuando vamos a ser madres nos sentimos un tanto perdidas, especialmente si es la primera vez que sucede. Por eso los profesionales, los terapeutas e, incluso, las mismas madres experimentadas, escriben libros para intentar guiarnos en ese nuevo mundo lleno de días brillantes pero, también, alguna que otra sombra. La responsabilidad de la maternidad, el tomar contacto real de nuestro propio ser o la exigencia de ser la madre perfecta, son pequeños (o grandes) factores que acaban minando en una labor que debe estar guiada, sobre todo, por el amor.

El libro que hoy os presentamos no es una guía en sí misma. No nos habla de las pautas físicas que hay que seguir para alimentar a nuestro bebé, ni siquiera de los cambios «reales» que se experimentan a lo largo del embarazo o cuando nos encontramos con nuestro hijo en el regazo. Se trata de un encuentro literario con las emociones, en nuestro papel como madres y, también, como hijas. Porque a menudo, y no sé si a vosotras os habrá pasado, cuando somos mamás sale a flote aquella niña que fuimos y que busca su lugar en esta nueva situación.

«La maternidad y el encuentro con la propia sombra» fue uno de los libros que revolucionó el concepto de maternidad, hace más de diez años. Desde entonces, y según su autora, ha servido como banderas y proclama de ideas totalmente distintas y dispares. Y es que no hay nada más contradictorio, y a la vez más real, que enfrentarnos a nuestros propios temores, miedos o plenitudes emocionales.

Ahora nos llega, de nuevo, «La maternidad y el encuentro con la propia sombra», escrito por la autora argentina, Laura Gutman, una vez revisado y ampliado, pero con el mismo valor emotivo, ese que une a la madre y al hijo y que nos lleva, también, hacia otros mundos en los que el amor es el único lazo, incluida la culpa o los recuerdos negativos de tu infancia. Y es que nadie dijo que la crianza fuera un «lecho de rosas», pero tampoco debe ser el «patíbulo de nuestras propias esperanzas».

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