El buen comportamiento ha de ser premiado

El buen comportamiento ha de ser premiado

Escrito por: Sergio López    12 abril 2012     2 minutos

Una acción reconocida siempre tiene consecuencias positivas

Toda educación requiere de unos pasos previos antes de un correcto entendimiento de las cosas. No podemos pretender que un niño de 1 o 2 años comprenda por que no se debe tirar la taza al suelo o pegarle a su hermano pequeño. Hay que razonarlo y, para que ellos entiendan que su acción es correcta, hay que premiarlo.

Aunque la comparación pueda sonar algo tosca, el planteamiento se produce de la misma manera que con los animales, por ejemplo, con los cachorros de perro. El perro sólo aprende por esa serie de estímulos. Hay que señalarle cuando algo está mal y cuando está bien. Y en este último caso, premiarle por ello. Si le hemos ordenado que se siente en su canasta y lo hace, una galleta es muy bien aceptada por él, entendiendo que eso que ha hecho tiene premio. En los niños es el mismo, con el debido respeto y salvando las distancias.

Tenemos que señalar las acciones que acometen de manera positiva con ese tipo de premios. Si se le ha pedido que recoja las piezas de un puzzle y lo realiza, unas caricias, unos besos, unos abrazos dan a entender al niño que lo ha hecho bien. Ya ha determinada edad debemos añadir unos caramelos o gominolas, o lo de los abrazos les sabrá a poco.

Al mismo tiempo, no debemos recompensar las malas acciones. Si el niño rompe algo o no obedece algo que se le solicita, no podemos dejarlo pasar. Tenemos que darle a entender que es negativo y nos disgusta, y que no obtendrá nada de nosotros con esa actitud. Más tarde o más temprano, sabrá diferenciarlo y acabará por hacerlo bien. Si le premiamos o no le hacemos entender que eso está mal, lo repetirá a sabiendas que no tiene ninguna repercusión negativa para él.

Una vez más, queda patente que nuestra implicación en la educación de los niños es fundamental. Que somos protagonistas junto con ellos del camino que se empieza a construir para su futuro. Si consideramos nuestra aportación como importante en todo ello, quizás no tengamos que preguntarnos un día «¿en qué momento me equivoqué?» «¿Cuándo dejé de atender a mi hijo?».

Foto | sxc